por Ing. José L. Massera
Los portentosos avances que a diario se manifiestan en el curso acelerado de la Revolución Científico-Técnica a escala de todo el planeta y que son particularmente notorios e impresionantes en los países más avanzados —que, digámoslo de paso, para que no lo olviden algunos distraídos, comprenden no sólo a los grandes países capitalistas sino también a la Unión Soviética y otros países socialistas; en más de una ocasión, fueron éstos los que marcaron saltos históricos a nivel mundial, como el lanzamiento, para citar un solo ejemplo, del primer "sputnik"- son un buen estribo para apoyar en él las teorías de la “modernización”, que tan en boga están entre nosotros. ¡Modernicémonos!, ¡modernicémonos! es el grito de batalla de algunos que, con esa palabra, buscan desviar la atención de las causas profundas de las dificultades tan serias por que atraviesan países como el nuestro. Bajo esa bandera, con la perspectiva delirante e irrisoria de convertir al Uruguay en una gran fábrica robotizada, en la que desaparezcan felizmente, por innecesarios, esos seres tan molestos que se llaman obreros, particularmente cuando manifiestan "alarmantes" signos de la elevación de su conciencia de clase, algunos destacados dirigentes políticos como el Senador Jorge Batlle declararan anticuados y obsoletos algunos principios ideológicos y de política económica que defendían, hace décadas, representantes esclarecidos de la burguesía uruguaya como José Batlle y Ordóñez. Un papel esencial jugaba, en esos principios, la valorización de la función del Estado para enfrentar el poder de las grandes fuerzas económicas y políticas de los países imperialistas, para defender al país de la voracidad de esas fuerzas, para utilizar cl capitalismo de Estado como única vía para lograr la acumulación de capital necesaria al desarrollo de algunas empresas clave que pudieran ser sustraídas —así sea parcialmente— al dominio de los grandes monopolios capitalistas extranjeros. Hoy, cuando el poder del sistema financiero y de las transnacionalcs imperialistas es infinitamente mayor, cuando los países dependientes están siendo ahogados ror la deuda externa y por el comercio internacional desigual, cuando la situación de dependencia se hace intolerable, aquellos viejos principios se declaran caducos, anticuados y obsoletos, se exige la privatización generalizada, se proclama como último grito de la moda.., el retorno al “libre” juego del mercado, a la irrestricta competencia privada, volver a abrir ancho cauce a la “ley” de la oferta y la demanda, en suma, a las añejas normas del capitalismo pre-imperialista de hace dos siglos. ¡Justamente cuantlo la “libre” competencia se ha agudizado tremendamente, transformándose en una guerra feroz entre un puñado de super-monopolios, en el marco de la cual nuestros débiles países se ven zarandeados, estrujados y esquilmados!
Que se nos excuse la reiteración de estos conceptos generales al comenzar una nota que lleva el titulo, mucho más, concreto, de ésta. Excusa tanto más pertinente cuanto que, en el número anterior de ESTUDIOS, Arismendi publicó el primero de una serie de artículos sobre el tema de la modernización, precisamente relacionado con los grandes temas nacionales, en el que se hacen apreciaciones semejantes a las que acabamos de decir. A pesar de ello, no nos hubiéramos sentido cómodos si no encuadráramos el tema de la Universidad y la modernización en el marco de esas consideraciones generales. Porque, aun enfocada desde el ángulo específico de la Universidad, la modernización no puede encararse seriamente, o puede conducir a graves distorsiones y errores, si se la mira desprendida de ese marco. Ello subraya, justamente, la sabiduría de las directivas de trabajo que su Ley Orgánica prescribe a la Universidad, y el acierto de las amplias mayorías de todos los órdenes de nuestra casa de estudios, que exigen que ella se ocupe no solamente de esclarecer los problemas científicos y técnicos concretos —“puntuales” como se dice corrientemente ahora, en verdad con estricto respeto del Diccionario—, si no también, obligatoriamente, de aportar a la mejor comprensión de los problemas nacionales fundamentales y de sus mejores soluciones. La Universidad no puede ni debe autolimitarse al papel de asesor neutro, para beneficio tanto de Dios como del Diablo, sino que debe necesariamente tomar partido —¡que no se ericen los que están obsesionados por una presunta y falsa “partidización” de la Universidad¡— en relación a los grandes temas que preocupan al país en su conjunto. Si esto significa que la Universidad se “politiza” —lo que es muy diferente de que se “partidiza”—, que le echen la culpa a Aristóteles, que consideraba al hombre un ser político y a la política como la actividad en que “es o puede ser dueño de ocuparse, personal o colectivamente, de los intereses comunes". Como bien dice un documento de ADUR, que constituyó la plataforma de principios que presidió las elecciones universitarias de 1985 y que recibió la adhesión de más del 70% del “demos” de la Universidad: “(.. .) la Universidad debe ocuparse de los problemas nacionales, estudiarlos y dar su palabra sobre ellos. Es claro que no alcanza con ocuparse de los problemas relativamente menores, parciales, locales, sino que, también, es preciso estudiar los grandes problemas” (1)
Está claro que tal cosa exige hoy ocuparse urgentemente de la modernización del país, problema tremendamente agravado durante la dictadura por la aplicación servil de las recetas impuestas por el imperialismo. En lugar del vocablo de frívolas, equívocas y peligrosas connotaciones, preferimos decir: avances en la estructura económico-social, progreso científico-técnico adecuado a las necesidades y particularidades nacionales, mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo, desde los salarios hasta la salud y la vivienda. “Modernizar la industria nacional y el agro y, sobre todo, actualizar el sector estatal (en el plano económico y de servicio social y en sus capacidades tecnológicas), parece indispensable dentro de un auténtico plan de reconstrucción nacional” (2). Estos son los problemas sustanciales. El publicista argentino I. Gilbert titula con soma uno de los capítulos de un reciente libro (3): “Mitología de la modernización”. Porque la palabreja, en la boca de quienes la zarandean e intentan imponer a la ideología social, significa cambiar la superficie de las cosas para que todo quede como esta.., y acentuar la dependencia con respecto al imperialismo en una doble operación de “comercio” internacional: importar ciencia y tecnología, más o menos alienadas, de los centros del capitalismo, y exportar productos resultantes de la aplicación de aquéllas, adecuados a los usos, gustos y conveniencias de esos mismos centros (aunque, a la postre, no nos compren nada...) para, con las divisas así generadas, pagar la deuda externa. ¡Negocio redondo.., para los banqueros extranjeros!
Es, pues, en este enmarque que hay que pensar el papel de la Universidad en la modernización, el avance, el progreso de nuestro país. Ello puede y debe realizarse principalmente, por el camino de la investigación científica y técnica, función primordial de la Universidad. “Es precisamente en tiempos de aguda crisis, como la que vivimos, cuando es más necesario concentrar esfuerzos y recursos en el desarrollo de la investigación científica básica y aplicada y en la investigación tecnológica —dice el mencionado documento de ADUR—, procurando el estudio de la realidad nacional, natural y social y de los problemas de toda índole que provienen de la producción industrial y agraria. La experiencia mundial demuestra, fuera de tecla duda, que los recursos necesarios para ello, extraídos aun con sacrificio de una economía y unas finanzas exhaustas, como las nuestras, son los que mayor rendimiento proporcionan para superar la crisis”.
¿Por qué, precisamente, la investigación? Porque, como decíamos, de nada sirve la modernización importada, la copia pasiva de lo que se hace en otros países, aun con niveles de excelencia. Esa copia, en última instancia y en la gran mayoría de los casos, no sólo no ayuda al país sino que a quien ayuda es al imperialismo que nos domina. “(...) en la investigación se funda una cultura nacional autónoma y se echan las bases para una auténtica independencia nacional. Se supera, también, la aceptación pasiva y acrítica de los conocimientos, los proyectos y los equipos que son usualmente importados de los países capitalistas desarrollados”. (ADUR; subr. de JLM).
Por supuesto, nadie es tan tonto como para subestimar los aportes de la ciencia y la técnica mundiales. Ni para pensar en una autarquía científica y técnica, absolutamente imposible, en particular, en países tan pequeños como el nuestro. No se trata de autarquía, pero sí de autonomía Es decir ser capaces, o llegar a serlo, de tener una postura activa, que piense con cabeza propia, frente a los avances mundiales en estas materias. Se trata, en particular, de estudiar y analizar, con espíritu creador, los problemas nacionales, por parte de científicos y técnicos nacionales. Que, en medida no despreciable, cualitativa y cuantitativamente, los tenemos ya; pero que, sobre todo, tenemos que desarrollar en amplias proporciones, creando las condiciones objetivas y subjetivas necesarias para ello. Sólo así podemos comprender y asimilar lo que hay de más valioso y adaptable a nuestras necesidades en el saber internacional. Sólo así podemos crear nuevas soluciones, nuestras, propias, para nuestros problemas. “Los proyectos necesarios para superar el subdesarrollo —dice ADUR— deben ser pensados, estudiados y delineados con cabeza nacional, y ello exige una sólida base científica y tecnológica. La propia investigación debe ser planificada según orientaciones autónomamente decididas. Hay que barrer radicalmente con el mito paralizante de que la investigación sólo es posible en países altamente desarrollados (...) hay que afirmar la idea de que el Uruguay puede y debe realizar aportes originales a la ciencia mundial y, más aún, de que hay problemas nacionales que no pueden ser resueltos por ésta sin el esfuerzo de investigación realizado en el país por científicos nacionales. La ciencia puede y debe encarar soluciones originales a muchas cuestiones, sugerir nuevas tecnologías y nuevos, mejores y más competitivos productos”.
Una palabra acerca de las ciencias básicas, tradicional y falsamente llamadas “puras”. Para muchos, pueden parecer un lujo superfluo de nuestra miseria. Nada de eso. No puede haber verdadera investigación aplicada y tecnológica si no es sobre un fundamento suficientemente amplio y sólido de las ciencias básicas. Sin esa base no es ni siquiera posible un examen crítico de los aportes de la ciencia y la técnica mundiales, de su adaptabilidad y conveniencia para los problemas nacionales concretos. El calificativo de “básicas” no es gratuito.
Pero examinemos las cuestiones de carácter más práctico, más directamente ligadas a la actividad productiva. ¿Cómo “resuelve” un Ministerio, un Ente Autónomo, los problemas no rutinarios que aparecen en su órbita? Desgraciadamente, en la generalidad de los casos, tal organismo se va embretando progresivamente en un curso que va aferrando progresivamente, como un animal feroz, a su presa. Se empieza por contratar a una “consultora” (naturalmente, extranjera). Esta estudia el problema, más o menos bien, más o menos honestamente —cometiendo a veces errores garrafales—, o sencillamente trampeando u ocultando la verdadera o mejor solución. La consultora aconseja una “solución”, que se concreta en la necesidad de construir tales o cuales cosas, de adquirir tales o cuales equipos o maquinarias, (de importar tal o cual tecnología (¡naturalmente, muy “moderna”!). Pero la experiencia dice que las consultoras están vinculadas a determinadas transnacionales de construcción o de fabricación de maquinaria; la “solución” aconsejada predetermina —más allá de las formalidades, cuando existen, de llamados aparentemente abiertos para hacer esto o aquello— qué transnacional es la llamada a llevar a cabo el proyecto. Generalmente, eso implica una determinada tecnología, determinadas materias primas, el suministro de determinados repuestos, que difícilmente pueden ser sustituidos por los de otra empresa, acaso más ventajosa desde el punto de vista de los intereses nacionales. Eslabón a eslabón, se va forjando así una cadena que nos aprisiona, sin posibilidad de escapar, a una situación de estrecha dependencia. En relación a una variante muy corriente de estas situaciones, dice Gilbert (loc. cit., pág. 134): “Cómo actúan las multinacionales para monopolizar la dominación de la tecnología? Las filiales y/o subsidiarias lo hacen mediante la comercialización de licencias, patentes, marcas, diseños, etc., así como a través de la venta de insumos críticos y bienes de capital, con un alto porcentaje de tecnología incorporada, a empresas nacionales estatales o privadas. Se trata de un proceso de comercialización no igualitario, engañosamente (y habitualmente) designado como “transferencia de tecnología” y es un modo fundamental para mediatizar la capacidad de decisión nacional y, de suyo, refuerza la relación dependiente”. Y no se crea que exageramos cuando hablamos de crasos errores o de engaños tramposos llevados a cabo por las famosas consultoras. Cito un solo ejemplo concreto y actual: para la realización de importantes obras (puertos, etc.) el MTOP contrató a una consultora holandesa para estudiar un punto de partida esencial, las corrientes en el Río de la Plata. Posteriormente, el Ministerio, en loable actitud, se dirigió al Instituto de Mecánica de los Fluidos de nuestra Facultad de Ingeniería para asesorarse. De estos contactos resultó que el Instituto construyó un simple modelo matemático computarizado (¡ni siquiera un modelo físico!) del flujo del río: bastaba una ojeada para comprender que el sesudo informe de la consultora extranjera daba resultados completamente distintos del modelo del Instituto. ¿Qué había pasado? Que los holandesese se habían “olvidado” de tomar en consideración un factor tan fundamental como la “aceleración de Coriolis”, que se origina en la rotación de la Tierra y tiene gran influencia en nuestras latitudes. Y conste que no presumo, en este caso, malas intenciones ni deshonestidad: no es, ni más ni menos, que un grave error, puesto en evidencia por nuestros técnicos. ¿Cómo evitar estos peligros para una auténtica modernización del país? Por medio del desarrollo del potencial de investigación científica y tecnológica nacional (no exclusivamente universitaria, ya que hay otros centros capacitados fuera de la Universidad; pero es indiscutible que ésta es y está llamada a ser el principal centro de investigación). Esto en primer lugar. Pero hace falta también, imprescindibfemente, una profunda inserción de la Universidad en las realidades nacionales de todo orden, que permita establecer una doble vía, de la Universidad hacia el aparato productivo y de éste hacia aquélla. El planteo de problemas por la sociedad estimula la investigación; ésta puede dar respuestas valiosas a la sociedad. Incluso este planteo peca de excesivo mecanicismo: no hay que excluir que la actividad investigadora se adelanta a los requerimientos de la práctica, Pero, sobre todo, los mejores resultados para la sociedad y para la cultura se obtendrán en la medida en que se avance en un diálogo fluido entre Universidad, Gobierno, productores privados, etc., que sería recíprocamente fecundo. Hay hechos recientes, aunque todavía demasiado escasos, que demuestran que las condiciones para ese diálogo avanzan.
Pero también hay serios obstáculos. “Una de lás preocupaciones dominantes del Gobierno de la República, está centrada en la aceleración de una política de actualización a niveles de Ciencia y Tecnología, que conduzca al Uruguay hacia etapas de progresos absolutamente impostergables. (...) cabe aguardar que cada ciudadano tome conciencia de que, cuando se trata de buscar mejores días para la vida de la comunidad, todos nosotros debemos ser protagonistas (...)". Estos conceptos de una figura destacada del actual Gobierno merecen, sin duda, aprobación. ¿Cómo casarlas, sin embargo, con la cerrada actitud que impide, en los hechos, a la Universidad dar su importante contribución a aquellas metas, al negársele, en el Presupuesto y en la Rendición de Cuentas, los recursos para ello? Obras son amores, que no buenas razones... Las actitudes positivas de algunos Ministerios y Entes hacia una colaboración mutuamente beneficiosa con la Universidad, contribuyendo inclusive a la financiación de determinados proyectos de interés nacional, no pueden resolver, tampoco, ni por su cuantía ni por su destino específico, los problemas generales de un desarrollo armónico de la investigación científica y tecnológica, básica y aplicada, sin lo cual no pueden sentarse bases suficientes y adecuadas para que la Universidad pueda desplegar sus potencialidades volcadas al avance y desarrollo multifacético de nuestro país, a una auténtica modernización. Cabe esperar, por una parte, que la lucha universitaria en pro de una mejor comprensión del papel que le corresponde en estas metas de real desarrollo, y, por otra, que una más profunda interpretación del real significado de las mismas por toda la sociedad uruguaya, por la clase obrera y las masas populares, por el Gobierno y los empresarios privados de la industria y el agro, lleven a un avance sostenido de la cultura, la ciencia y la tecnología, de la economía, del bienestar y progreso del pueblo todo, una inspiración acendradamente nacional y patriótica, orientada hacia la superación de la dependencia a que el imperialismo nos tiene sometidos.
(1)
Asociación de Docentes de la Universidad de la República (ADUR), “Con
motivo de las elecciones universitarias
del 5 de setiembre de 1985”.
(2)
R. Arismendi, Momento político y modernización (Primer Artículo), ESTUDIOS No. 97, pág. 8.
(3)
I. Gilbert, La ilusión del progreso apolítico, Legasa, Buenos Aires, 1986.
Tomado de "Estudios" Diciembre de 1986 No. 98, pp. 54-59.
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